sábado, 16 de febrero de 2013


COMENTARIO               

De:  Jesús Antonio Gamero


Caracas-Ushuaia

Cuando terminé de leer la presentación y la introducción de ésta obra, alcancé al autor y a su copiloto navegando por el rio Amazonas, después, invisiblemente acomodado en el asiento trasero de la camioneta, hice el gran viaje suspendido en el tiempo de las cuatro ruedas que devoraban sin clemencia las kilométricas distancias de su itinerario.
 Montes y llanuras, valles y desiertos, aguas y hielos con sus árboles y rocas,  y con sus animales,  y las ciudades con sus gentes y su historia, su música y sus sabores iban desfilando ante mis ojos  sin detenerse un segundo, y mis sentidos todos atrapando en la narrativa los destellos humanitarios y la intención social y las figuras poéticas con que se adorna, que brotan espontáneas de la pluma del escritor.
Cuando llegué a la última página y leí los versos “Rosas del Desierto “que Hipólito Ávalos dedicó a Heberto y a su copiloto,  y cerré la contraportada del libro,  me había crecido una barba de seis días.


                                                                

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